Las penurias en la Peña de Manotor
Refugio de un tiempo triste en Tacarigua

El periodista de este texto se mete imaginariamente en la mente de un personaje que vivió el terror de la recluta gomecista y nos narra en primera persona las vicisitudes que pasaron los hombres de la Tacarigua de Margarita en la época del gobierno del hombre fuerte de La Mulera.
El periodista empezó a leer un texto del cronista de San Sebastián, Mario Alfonzo Lista, sobre la Peña de Manotor, y recordó que hacía unos treinta años, había escrito algo sobre ese tema y por eso entre un desorden de papeles, buscó y encontró tal artículo y empezó a leer:
LA PEÑA DE MANOTOR
“A mí me tiraron el aviso compay que venían por ahí los hombres reclutadores y sin pensarlo dos veces, cogí monte arriba, pues ya sabía la experiencia que me había contado mi papá, la vez pasada cuando Valentín el “Guerrillero” y sus hombres, interrumpieron en el pueblo y no respetaron las casas y de ahí sacaron a medio mundo para llevárselos a la recluta, en la cual agarraban a los hombres de 13 a 50 años. Allí no perdonaban a nadie y por eso los sacaban de sus viviendas como unos mismos fugitivos, pues salían custodiados y con las manos amarradas con fuertes cordeles.
Yo, entonces, teniendo en cuenta eso, me lancé cerro arriba, sin importarme lo intrincado de la montaña de La Palma Real, lo importante para mi era no ser agarrado por aquellos fieros hombres que no tenían piedad con nadie, y lo más grave aún, que muchos no regresaban, porque morían en los trabajos forzados que les ponía en las carreteras el dictador Gómez.
Ya cerca de la Peña de Manotor (por los cerros que bordean el riachuelo de San Sebastián), luego de pasar por El Abismo, me encontré con varios de mis amigos y compañeros. Habíamos decidido guarecernos en la mencionada piedra, pues ésta tenía una especie de cueva donde cabían casi dos docenas de hombres encuclillados.
Ahí encontramos rastros de otros hombres que se habían refugiados y escondidos de aquella persecución brutal y criminal, que hacían los hombres del terrible Juan Vicente Gómez. Y lo más triste aún, que en esta cacería humana muchos fueron los jóvenes de 13 y 14 años que se resistieron a ir, y ahí mismo, frente a sus madres, recibieron un castigo brutal. Aquello era un cuadro triste y desgarrador y más cuando 60 días después regresaban aquellos hombres que habían huido, con barbas y el pelo largo descuidado; desgarbados y con las huellas del hambre y el trasnocho en los rostros tristes.
Esos tiempos, mi compay, no se los deseo a nadie. Y eso que había solidaridad. Pues muchas mujeres de este pueblo de Tacarigua, sirvieron como mensajeras y llevaderas de comida, además de mandar señas a través de gritos, de llamar familiares ficticios y de tender ropas en las empalizadas, sin antes ser lavadas, para informar cuando venían aquellos esbirros a buscarnos cerro arriba, sin compasión alguna.
¡Qué terrible y doloroso! Muchos fueron los que decidieron entregarse, pues no resistían los azotes del clima y los estragos del hambre en aquellos parajes que estaban descuidados, debido a la recluta infernal que no tenía miramientos y que no pensaba que había hombres que tenían familias y las dejaban abandonadas a su suerte y sobreviviendo a duras penas, pues quedaban “desoladas las labranzas, yermos los campos, sin ordeño ni pastoreo los vacunos y caprinos y la más de las veces sin lumbre los fogones, rondando la miseria, el hambre, las penalidades y cuantos males pudiesen azotar a las familias, como atacadas por cuadrillas bajadas del averno…” . Y de verdad que los que huíamos de aquella infernal recluta, pasamos las de Caín en la Peña de Manotor, porque ahí, aparte de lo incómodo para dormir en cuclillas, el frío nos azotaba fuertemente, pues no podíamos encender fuego para calentarnos, puesto que nos delataría fácilmente. Además, el hambre nos hacía ver visiones y fueron muchas las veces que algunos vieron la tropa reclutadora dentro de la cueva y salían dando gritos despavoridos, sembrando en el grupo el miedo y el terror.
Afortunadamente en mi tiempo, no cayeron muchos en las garras del pelotón encabezado por Valentín “El guerrillero”. Pero no por eso, regresamos a nuestro hogar como cuando salimos, pues particularmente yo regresé a mi casa, donde me esperaba mi angustiada madre, hecho un guiñapo humano, prácticamente era una sombra, un fantasma, de aquel mocetón que un día salió cerro arriba huyendo de la terrible recluta de los tiempos de Gómez que sembró no sólo el terror en Tacarigua, sino en toda Margarita. De aquellos tiempos quedó una décima del poeta popular Carlos (Carlito) Lista que cantaban en gaita popular y que decía:
- Suben el cerro a la trocha
- Ciudadanos y norteros
- Valentín El guerrillero
- A las órdenes de Arocha
- Y la gente se trasnocha
- Traspasada por el frío
- Se oyen los voceríos
- De Antonia mujer astuta
- Es muy grande la recluta
- Entre la Huerta y el río”.
El periodista terminó de leer aquel texto, propio de su autoría, y no pudo dejar de pensar: “De verdad que esa época fue terrible. ¡Cómo sufrieron nuestros antepasados! Ojalá que estos tiempos no vuelvan más nunca”.
Fuente: Salazar Franco, José Joaquín. La Tacarigua de Margarita-
Agradecimiento: Al cronista Mario Alfonzo Lista, quien, junto a unos amigos, este año, realizó una excursión a la Peña de Manotor y nos suministró las fotos.

Emigdio Malaver G.
emalaverg@gmail.com - @Malavermillo


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